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Mostrando las entradas de septiembre, 2018

Una nueva hoja

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Las emociones son como esos comerciantes ambulantes que antiguamente recorrían las calles vociferando, ofreciendo sus productos, importunando y que oiamos desde dentro de nuestras casas. Esos cambios de ánimo aparecen de improviso en nuestros días, pero con un poco de sabiduría y control, uno debe recordar que esas voces internas desaparecerán tal como llegaron. Y la calle o nuestra mente volverán a recobrar el silencio y apacibilidadp. Cuando tengas un asomo o un estallido de emoción intempestiva, sea un poco agradable o negativa, tienes que saber que se esfumará. Cuando alguien cerca a ti, le pase lo mismo, también. Las emociones se van. Todos, más tarde o más temprano, volvemos a un estado neutral que nos permitirá vivir con templanza, cordura y juicio. Con un poco de entrenamiento, podemos aprender a que esos ruidos emocionales no nos hagan la vida imposible. En nuestras manos está volver a la paz.

Un día cualquiera puede llegar a ser como una pintura de arte abstracto. Considerando todos los estados de ánimo que atravesamos durante solo 24 horas, podríamos gráficarlos muy bien como los trazos, texturas, explosiones de color, ritmos, vacíos y movimientos conviviendo en un mismo cuadro pintado a mano alzada. Hoy creo que pasé por todas las emociones que un ser humano puede experimentar. Por la mañana, me enteré por sorpresa de la muerte de la mejor amiga de mi madre ocurrida hace varios meses atrás debida a una larga y salvaje enfermedad y rompí en llanto, a solas y en silencio. A media mañana, una compañera, durante cinco minutos me relató las peripecias que sufre cada mañana para asearse después de ocuparse en el baño teniendo el brazo derecho enyesado. Lloré una vez más, pero está vez de risa. Durante el almuerzo sintonicé el noticiero y me topé con un par de declaraciones de políticos despreciables opinando con cinismo de la coyuntura nacional y tuve que morderme la lengua para no despotricar ni escupir mi rabia junto con un pedazo de pollo frito. Por la tarde al llegar a casa, introduje mi mano en el bolsillo del maletín para sacar la llave de la puerta y no estaba, rebusqué en el fondo, palpé mi saco, la parte trasera del pantalón y no había nada. ¡Oh no y ahora cómo entro! Quise llorar, gritar y rezar a la vez, en cinco segundos de puro espanto y preocupación ya había empezado a transpirar, a temblar y a quedarme sin aire. El llavero había estado todo el tiempo colgando silenciosamente de una de las asas del maletín. Ya es de noche. Hora de dormir. El cuadro ha sido culminado con un último brochazo de color celeste como un cielo tropical. El sosiego y la paz recorren mis venas, mis pensamientos y mi espíritu tornadizo del día. Mis ojos se cierran. Mis emociones se silencian. Vuelvo a ser yo, un cuerpo con latidos pero sin sentir y sin movimientos. Solo durmiendo o muriendo dejaré de tener emociones.

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