No voy a decir lo que ahora en esta sociedad de liberaciones, está muy de moda decir: que es malo depender emocionalmente de alguien. No, de ninguna manera voy a afirmar algo semejante. Más bien, voy a decir que alguien que no dependa emocionalmente o no quiera depender emocionalmente de nadie, es alguien que sufre, por lo menos, de una soledad opresiva o de una falta de empatía de verdad, preocupante. Es verdad, los adultos ya no dependemos verticalmente de alguien para sobrevivir como cuando éramos niños; pero sí, horizontalmente. Dependemos de quienes son el objeto y sujeto de los frutos de nuestra madurez. Ya no buscamos alguien que nos cuide ni soportamos a alguien que quiera dominarnos dentro de un estado de dependencia; pero sí necesitamos -y está muy bien- a las personas para dirigir nuestras virtudes, afectos y efectos. Yo no dependo para vivir, pero sí dependo para poder amar y ser amado. Por tanto, el amor puede ser dependiente. Más aún: nuestras relaciones deben serlo. Necesito a mi esposo, novia, padre, hermana, amigo o compañera para que sean el libre y firme depósito de mi amor y entrega. Mi amor depende de su recepción y acogida voluntarias. Y de la misma manera, su amor depende recíprocamente de mí, para existir y crecer.

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