5 criterios de oro (Para vivir la alegría, la armonía y la serenidad en las parejas)



Es verdad, toda relación amorosa tiene sus altibajos. En varias ocasiones he preguntado a parejas de novios o incluso de casados cómo les va. La gran mayoría responde: -como toda pareja, tenemos nuestros más y nuestros menos, no es color de rosa- Se acostumbran a esa discontinuidad, en la que un día están muy bien, otro bien, otro más o menos, otro mal y otro muy mal. Un círculo vicioso, unos días de gloria y otros de infierno, un día de paz, otro de conflagración feroz. uno de cuento de hadas y otro de perro y gato.
Y se les nota en la cara, en el ánimo y finalmente en la vida: de una felicidad imprecisa, de una tregua efímera, de una desdicha siempre rondando, de un monstruo salvaje y maléfico que se asoma a la ventana para escupirles. Viven un amor ambiguo que deja de ser amor.
Y me resisto a resignarme a que tenga que ser siempre así por la sencilla razón de que también conozco muchas parejas cuya relación fluye de manera natural. Tendrán inconveniencias y diferencias, pero nunca un conflicto, nunca un drama. A eso debemos aspirar: a una relación donde cada uno se sienta cómodo, sin esa amenaza constante de una pelea a puertas.
Siempre lo comento a quienes se inician en estos gajes del amor de pareja: si vives una relación que es como un mar siempre revuelto, tarde o temprano, el amor se hundirá, ambos zozobrarán y cada uno terminará naufragando en una playa distinta. Elijan -Sí, elijan- un amor que navegue en modo de crucero y que a pesar de los esporádicos temporales les lleve a un mismo y buen puerto.


¿Los polos extremos se atraen? Sí. Y mucho. A menudo nos podremos ver fascinados por quien tiene caracteres y comportamientos distintos a los nuestros. Nos gusta la aventura. Queremos complementarnos. Queremos vivir otras vidas que solos, no nos atrevemos a vivir.
Así, la chica timorata se ve seducida por el impetuoso, el pensante por la sensual, la maternal por el glacial, el desinhibido por la recatada, el idealista por la realista, el ateo por la piadosa y la científica por el artista. Pueden funcionar como pareja si esas diferencias se asumen, se integran y gestionan correctamente. Pero hay altísimas probabilidades de que sean motivo de una inevitable separación.
Puedo amar a quien es diametralmente diferente, pero no al incompatible. Puedo comprender y aceptar, pero no tener que cambiar mi naturaleza. Un búho puede enamorarse de una gaviota, pero ¿Dónde harán su nido? ¿Cuándo convivirán, de día o de noche?
La palabra clave para toda pareja ha de ser la complicidad. Sus miembros se asocian con sus contrastes, hallan y gozan sus coincidencias y fomentan sus riquezas. No se restan, se suman. No se eclipsan, brillan mutuamente. No se disminuyen, crecen. No se aplastan, se estimulan.



En toda mi vida he distinguido dos tipos de relaciones: (1) de intercambio y (2) comunitarias. En las primeras se llevan cuentas y se hace un permanente balance costo-beneficio. Se pregunta -qué me das a cambio de lo que yo doy- y se relacionan para comerciar desde dinero hasta afectos. En las segundas, los cálculos no son importantes porque ambos siempre ganarán con la entrega mutua, ningún miembro busca sacar provecho del otro y los dos se enfocan a aquello que los une.
La amistad es una relación comunitaria. Es por eso que siempre afirmaré que los miembros de una pareja tienen que ser amigos. A pesar de cada individualidad, también conforman una unidad. El desarrollo personal y el afecto son compromiso y responsabilidad de la amistad. Yo que te amo y soy tu amigo me valdré de toda mi creatividad para que el cariño, la intimidad y la camaradería no se desgasten entre nosotros. Es así que yo soy tu amigo para que tú seas mejor y más feliz. La amistad es un vínculo magnánimo, gratuito y firme que difícilmente se disuelve cuando termina el amor de pareja.
La amistad en la pareja queda demostrada cuando al terminar la relación formal o la atracción física, subsiste esa invariable determinación y aspiración a que seas feliz a pesar de que no sea a mi lado. Al final de la relación, la amistad se modifica en su forma de expresión pero nunca muere. Morirá el deseo y la pasión, pero la amistad, jamás.


“Creo en ti porque te amo”. La fe (con minúsculas) es un componente básico entre los miembros de una pareja. Tener fe al interior de la pareja es confiar en que el otro es alguien incapaz de hacerme daño. Cuando decido amar, también decido confiar y sumirme en la certidumbre de que va a cumplir su compromiso -inclusive el tácito- de procurarme un bien y evitarme cualquier maldad deliberadamente. Vivir con dudas, celos, inseguridades e indecisiones ocasiona tarde o temprano un desgaste del espíritu y del amor.
No se trata de una fe ciega, incondicional ni irracional sino el centro de la promesa implícita que alberga toda declaración de amor.
Los fantasmas existen e infectan la atmósfera, los sentimientos y el futuro en común. Esas parejas donde se desconfía padecen un tormento y sufren de un fatal pronóstico porque en el fondo hay miedo y el miedo es sin duda, el peor enemigo del amor. El amor acaba y la relación también.
Si amas, cree.


El quinto y último ingrediente en una pareja feliz es el deseo espontáneo de que el otro esté bien. No se trata de un sacrificio sino de una vocación natural y agradable para auxiliar, beneficiar y facilitar la vida del ser amado. El que ama es feliz haciendo feliz.
Algo que es tan obvio es preciso recordarlo. Especialmente en esta época en que se le pone tantas restricciones al amor. Los miembros de las parejas parecen estar más enfocados a obtener del otro una satisfacción egoísta y hasta caprichosa de sus deseos. En estas parejas, se espera que el otro me haga feliz, que el otro me complazca y condicione su existencia a la mía. El “yo” se entroniza. El “tú” se relativiza y el “nosotros” desaparece.
¿Cuál es el estado más óptimo y más armónico en una pareja? Cuando yo me dedico a hacerte feliz y tú simultáneamente te dedicas a hacerme feliz. En esta dinámica, surge el nosotros. La ecuación perfecta. La armonía de egos. La solidaridad y equiparidad de los deseos.
Si está en mis manos el verte feliz, no dudaré en hacerlo. Porque verte feliz, me hace feliz.

Comentarios

Entradas populares