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Mostrando las entradas de diciembre, 2017

Una nueva hoja

Una cosa es el crítico y otra muy diferente, el criticón. El primero, su misma etimología lo dice, es aquel que discierne o separa; o sea, es el que pasa una materia por la criba a fin de separar las partes finas de las gruesas o limpiarlas de imperfecciones. El crítico puede ser muy feroz, ácido, escrupuloso, sarcástico y hasta severo, pero su esencia es quedarse con lo mejor. A partir de lo que queda finalmente de la reflexión y de la criba como bueno, positivo, rescatado o discernido; se construye, se propone, se corrige, se recompone la realidad. ¿Y el criticón? Saquen ustedes su consecuencia a partir de lo que es de verdad un crítico.

En varias partes de Latinoamérica, apenas uno estornuda, si hay alguien cerca, te desea primero, salud; después, dinero y al final, amor. Esto lo he escuchado toda la vida. Aparentemente es un gesto de educación pero lo que no hemos caído en la cuenta es que con esta costumbre hemos repetido e instalado un paradigma en nuestras mentes. Por un lado, nos recuerdan que esas son las tres condiciones únicas para ser feliz o que son los tres mejores deseos que alguien puede tener hacia los demás. En segundo lugar nos deslizan delicadamente cuál es más importante y qué orden de prioridades han de tener. “La salud ante todo”. Es bastante cierto. Nuestro cuerpo necesita de un cierto nivel de funcionamiento para ser felices. Nadie puede negarlo. Pero ¿qué sucede en todos esos casos que conozco de personas que adolecen de enfermedades crónicas o que han crecido a pesar de tener graves defectos congénitos? ¿Acaso jamás podrían ser felices? “Buen caballero es don dinero”. Parece ser una máxima muy afianzada. Pongámonos de acuerdo ¿da o no la felicidad el dinero?. Pues muy posiblemente nuestra respuesta dependerá de cuánto tengamos en la billetera o de cuán satisfechas están nuestras necesidades más básicas. Pero lo que es cierto, probado científicamente, es que aquellas personas que se sacaron la lotería, después de la euforia y embriaguez del golpe de suerte que dura alrededor de unos seis meses, vuelven a ese mismo punto de origen, a sus mismos niveles de insatisfacción personal. “Love is all that matters”. Se dice por todo lado, se canta, se piensa, se escribe: el amor es todo. Si es así ¿por qué lo colocamos al final de nuestros deseos? Y también, apelando a nuestras experiencias, podríamos concluir que eso de “contigo, pan y cebollas” no es muy realista ni venturoso que digamos. Si yo estornudara solo una vez y por tanto, tuvieran que desearme solo una cosa, que sea el estar siempre en relación con los demás. La Felicidad no es un estado de ánimo, ni una forma de vivir. La Felicidad es una forma de convivir. Y no hablo de relaciones amorosas porque ¡vaya uno a definir lo que es el amor! Sencillamente hablo de relaciones con otras personas (sean amigos, parejas, familiares, compañeros, correligionarios, etc.) donde los componentes sean la espontaneidad y amabilidad, intimidad y cercanía, respeto y sinceridad, generosidad y grandeza, consuelo y dulzura, correspondencia, buen humor, calidez y confianza. Con relaciones personales así, podría enfrentar cualquier otra carencia o adversidad que la vida pudiera imponerme. Los momentos más infelices de mi vida serán siempre aquellos en los que me enfrente desguarnecido y solo ante la desgracia.

¿Acaso es obligatorio estar feliz en Navidad? Es una buena pregunta. Durante la vida parece que nos exigieran que seamos exitosos y felices. Y durante este tiempo de Navidad parece que se hace más aguda la presión que tenemos que ser personas dichosas. Pareciera que el que anda triste, el que anda de duelo, el que está aquejado por la razón que sea, el que anda desanimado fuera un amargado y desadaptado. Un anticristiano. Y rotundamente digo No. No “hay que” estar alegre. Que esté gozoso el que lo esté. Que cante el que quiera cantar. Que salte el que su cuerpo y su ánimo lo permita. Nada es peor que a uno le impongan una emoción que a uno no le nace. Eso redobla nuestros sufrimientos. Muchos dolores humanos y torceduras de corazón no se resuelven con decoraciones, ni villancicos, ni buenos deseos, ni regalos costosos ni mensajes de ángeles. Lo sé bien. En muchas ocasiones sufrimos legítimamente de lo que llaman adenomia, que es una apatía para hacer las cosas. Nadie debe forzarnos a sonreir porque nos saldrá una mueca horrorosa en la cara. Nadie debe violentarnos. Pero lo que sí planteo es entrar por sí mismo a la Navidad con la delicadeza de la escena del pesebre. No tener que cambiar de ánimo, pero sí recordar que existe Esperanza. Dios no es un Dios de ilusión, sino, primordialmente de Esperanza. Es una compañía real a nuestros propios pesebres, a nuestras propias pobrezas y carencias. Acercarse al acontecimiento en silencio profundo. Saberse amado, comprendido, acogido ya no desde el Cielo lejano; sino, desde el Dios encarnado que se ofrece a cada uno de nosotros. Si quieres llorar, llora. Si quieres ausentarte de las lucecitas y de los abracitos corteses, hazlo. Si prefieres la melancolía, quédate con ella. Pero aloja en un rincón de tu memoria y de tu corazón el mensaje de la Esperanza. Que esto que vives y sufres, pasará. Y lo mejor de todo y que sí puede ser motivo de una alegría misteriosa es que cuando los hombres fracasamos, Dios no. Que cuando los hombres nos fallan, Dios no. Cuando los demás no están, Dios Sí. Habrá que tenerlo en cuenta, ¿No?

Me gusta recordar siempre que fueron los pastores los primeros en recibir la noticia del nacimiento de Jesús. El ángel se les presentó en los campos cercanos a la aldea de Belén y les dijo: “…que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor”. ¿Por qué fueron los pastores los elegidos en recibir la primicia? Si en aquella época era un grupo social rechazado por los judíos: por su trabajo se les consideraba sucios ceremonialmente hablando y por tal motivo eran proscritos de entrar al templo. ¿Por qué? Mi respuesta es simple. No es un Dios para el que cree tenerlo todo, ni para los fragantes o bien acomodados. Estos, desde sus posturas no están preparados (tampoco les interesa) para acoger la nueva noticia de un mundo en que el amor es la regla principal. Es un Dios humilde para los humildes. Es un Dios para los débiles, los que nadie mira, los desplazados, los pobres en todas sus formas. Yo sí creo que hay que identificarnos con esos pastores durante la Navidad y siempre. Todos tenemos una parte solitaria e incomprendida en nuestras vidas, todos somos necesitados, todos somos rechazados por mil motivos, desterrados, anhelantes de un salvador. Se trata pues de no quedarnos solamente escuchando la invitación del ángel mensajero sino, salir al encuentro de Dios. Hay que experimentarlo con nuevos ojos, con nuevo corazón, con nueva vida. El nacimiento de Jesús es muy especialmente para todos los pastores del mundo. Para ellos es la Navidad. Nos merecemos ser auténticamente dignos y felices. Nos merecemos este Salvador.

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Las tradiciones navideñas como todas las tradiciones son bonitas. Cumplen una función decisiva al identificar a una familia o un grupo social, nos unen en torno a un mismo sentido, nos emocionan. Está muy bien eso, pero también, según mi experiencia, pueden ocasionar fuertes erosiones y desgastes de energía cuando tenemos que hacer hasta lo sobrehumano para mantenerlas intactas en el tiempo. A veces hay que detenernos y reflexionar sobre si la vida no nos está pidiendo una mudanza de las tradiciones en función de un nuevo sentir personal, de un nuevo ambiente, de una ausencia o de una distinta circunstancia. Por ejemplo, muchos años me entusiasmó ataviar todos los rincones de la casa con adornos de colores rojo y verde, mis amigos y familiares son testigo de ello, hasta que la vida -mi vida- cambió. Ya no me empeño en manifestar el significado de la Navidad con los mismos ritos y costumbres. Mi espíritu me reclama otras formas: nuevas luces, nuevas intimidades, nuevas melodías, nuevas perspectivas, nuevos lenguajes y nuevas ilusiones para un mismo fondo. Antes, me emocionaba agasajar a los míos; hoy los escucho con otro tipo de atención a sus cambiantes necesidades y honduras. Ahora mi celebración es más intangible y más introspectiva. Sin sacrificar la alegría ni el encuentro con los otros, ahora la proceso como si fuera un abrazo prolongado en el que los pechos abiertos se acercan mutuamente y auscultan sus latidos. La Navidad cada año es como Jesús mismo: novedoso, comedido, creativo, dócil, ferviente y fiel, eterno pero siempre joven. Amar la vida es amar sus cambios y amar la Navidad, es amar sus cambios también. Que sigan viviendo un bonito Adviento.

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