Me gusta recordar siempre que fueron los pastores los primeros en recibir la noticia del nacimiento de Jesús. El ángel se les presentó en los campos cercanos a la aldea de Belén y les dijo: “…que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor”. ¿Por qué fueron los pastores los elegidos en recibir la primicia? Si en aquella época era un grupo social rechazado por los judíos: por su trabajo se les consideraba sucios ceremonialmente hablando y por tal motivo eran proscritos de entrar al templo. ¿Por qué? Mi respuesta es simple. No es un Dios para el que cree tenerlo todo, ni para los fragantes o bien acomodados. Estos, desde sus posturas no están preparados (tampoco les interesa) para acoger la nueva noticia de un mundo en que el amor es la regla principal. Es un Dios humilde para los humildes. Es un Dios para los débiles, los que nadie mira, los desplazados, los pobres en todas sus formas. Yo sí creo que hay que identificarnos con esos pastores durante la Navidad y siempre. Todos tenemos una parte solitaria e incomprendida en nuestras vidas, todos somos necesitados, todos somos rechazados por mil motivos, desterrados, anhelantes de un salvador. Se trata pues de no quedarnos solamente escuchando la invitación del ángel mensajero sino, salir al encuentro de Dios. Hay que experimentarlo con nuevos ojos, con nuevo corazón, con nueva vida. El nacimiento de Jesús es muy especialmente para todos los pastores del mundo. Para ellos es la Navidad. Nos merecemos ser auténticamente dignos y felices. Nos merecemos este Salvador.

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