Crecí en una casa donde la cocina fue centro de la vida. Ahí estuvo mi hogar y no los finos reposteros. No solo fue un sitio para la parada de rutina de llenar la barriga sino, donde se masticaba lentamente el amor mientras nos mirábamos y hablábamos; donde sus ollas dieron calor y olor que hasta hoy me duran, donde siempre había una silla para el que podía llegar por sorpresa. El tener, el recibir y el dar tuvieron forma de carne, bebida y pan. ¿Sería una cocina o un aula? No sé por qué hoy creo que mis padres (sí, los dos) me dieron a luz para siempre en aquella cocina.

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