No es mi intención escribir con tristeza ni añoranza gratuitas pero, a raíz de haber escrito recientemente sobre recuerdos de mi mamá, varios de mis hojeros lectores se han identificado con mi sentir y en privado me han comunicado con libertad e intimidad sus inquietudes, sus miedos y pesares por las ineludibles pérdidas de sus padres. En mi libro “Las Hojas azules de Vicho”, he relatado los pasajes más tristes de mi vida: mis forcejeos contra la enfermedad, mis duelos y mis esfuerzos por recuperar la estabilidad después de la muerte de alguien que amas con todo tu ser. A la única conclusión que pude llegar en medio de tanta desolación fue que el amor que recibimos de nuestros padres, secretamente se transforma en millones de recursos para enfrentar el ingrato presente y salir airosos de las embestidas del destino. Toda esa potencia de su amor termina reposando en nuestros músculos, en los nuevos ardores y en una nueva forma de caminar, de vivir. El amor de un padre y de una madre es muy fuerte y a menudo, tan subestimado que creemos que termina con sus muertes. Si algo nos enseñan ellos es que no hay muerte que pueda poner fin al amor. Si algo hacen nuestros padres es traernos una y otra vez al mundo, son los que nos dan la vida, una y mil veces y nos reinventan, vivifican y reaniman las veces que lo necesitemos, aún después de dejar el mundo material. ¡Ánimo e ilusión, amigos! P.D. En el primer comentario, les dejo el enlace a mis "Hojas Azules de Vicho".

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