Las hormigas amigas



Cada momento que me acerco a servirme un café y tengo que abrir el azucarero, me encuentro con unas cuantas de mis amigas las hormigas que andan paseando por ahí.

Todos los años y durante todo el año en casa ellas son fieles residentes. Por más que hemos buscado las formas más efectivas, seguras, inaccesibles o herméticas para evitar su presencia, aún las tenemos con nosotros.

Las hormigas siempre han sido criaturas simbólicas en mi vida. Su tremenda insignificancia por un lado y su precisa dedicación por otra, han sido siempre una lección y un ejemplo de lo que los pequeños del universo podemos hacer en el universo cuando nos juntamos con otros pequeños del mismo universo. El universo para nosotros.


Mirar las hormigas y no aplastarlas una a una con el dedo índice. Congraciarme con la vida. Aceptar mi propia pequeñez y mi porcioncita en la Creación. Mirar la vía por donde camino. Recoger las migajas que otros no reparan -por poner sus ojos muy lejos del suelo- y llevarlas a casa. Sumergirme en el azúcar, complacerme y saciarme con dulzuras y excesos, pero no vivir ahí, sino, llegado el momento, regresar cargado, satisfecho y dispuesto a mis refugios aun más profundos para sustentar a otros pequeños.

Caminar sin estrellarme. Saludar, encontrarme y rozar con otras hormigas, besarlas a la vera de precipicios pero no detenerme nunca, siempre circular y avanzar con la misión puesta en la aún más diminuta mente que tengo. No hay barricadas ni insecticidas que otros que se creen superiores puedan ponerme . Mi naturaleza está viva. Mi tarea, también.

Me voy a la azúcar por siempre.


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