Nada de declaraciones públicas de amor, por favor.



Aun no logro comprender las declaraciones públicas de amor: esas que se escriben en redes sociales o se difunden con videos virales, no sé si para despertar envidias bobas o para alardear con un amor que es poco confiable entre las dos partes involucradas. No le encuentro el sabor romántico a esos derroches a voz en cuello porque soy de esos que profeso, disfruto y almaceno las manifestaciones sentimentales de pareja dentro de mis recintos más íntimos.

El único espacio donde he expuesto con palabras mis fastuosos devaneos ha sido en las Hojas Rojas de Vicho. Todo sea por satisfacer la inmensa curiosidad de mis lectores. Quien quiere saber detalles sobre mis caudales del corazón, amoríos agudos y juramentos, tiene que comprar el libro; de lo contrario, todo eso se queda en el ámbito privado compuesto por mí y mi otra mitad.

Soy más de decir lo que tengo que decir, a solas, a una oreja atenta, en conversaciones de mutua recepción, en careos donde los ojos brillan y las palabras son entonadas por solo dos bocas. Es mejor que a los espectadores ajenos solo les llegue indirectamente el eco de nuestro amor y les salpique los efectos de nuestra íntima devoción.


El Amor de dos debe proclamarse entre dos. Los testigos me sobran, los fisgones que busquen sus propios amores.


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