Lunes. Un día después de Navidad. Se acabó la borrachera emocional y habría que preguntarse cuan bueno ha sido volcarse y acariciar a nuestro niño interior tantas veces arrinconado en el pasado año y cuan provechoso ha sido abrazarse a nuestras seres queridos. Ahora habrá que preguntarse qué hacemos con tantas luces, plegarias, artilugios, dulces y pasiones que hemos consumido. Le escuché decir a Chuno que depende de nosotros ahora conseguir que todo este Belén nos dure, se asiente y rinda frutos más perennes. Que todo lo experimentado y gozado sea una inversión. Que el motivo de la Navidad sea nuestro patrimonio personal y nuestro equipaje para el año que viene. Ahora próximos a ser asaltados con una marea amarilla de rituales para la buena suerte, florecimientos y buenos auspicios habrá que entrar con esperanza a un nuevo ciclo, a un nuevo episodio de nuestras vidas, a una nueva autopista que nos lleve a destinos mucho mejores. Y es que “…las cosas viejas pasaron; he aquí todo es hecho nuevo” (2 Corintios,5)

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