Un lector, a quien llamaré A.N., me escribió en un mensaje, una frase que me dejó cavilando por su forma tan confiada y prodigiosa de encarar el comienzo del nuevo año. “No creo en Dios, pero creo en los milagros y sé que a mí me ocurrirá” - lo afirmó con certeza- . A.N. sabe que desde algún lugar y un tiempo desconocido, algo o alguien superior le concederá un suceso extraordinario y maravilloso. Aunque los agnósticos y ateos me lo van a negar, ellos saben recónditamente que hay una dimensión sobrenatural que crea y actúa de manera propicia sobre su vida. Lo que debía saber A.N. es que eso que espera como milagro no es otra cosa que Dios interviniendo como Dios, es el Dios que es asombroso asombrando nuestras vidas con sus maravillas. Dios no es el antónimo de la razón y la lógica con que se desenvuelve nuestra historia personal sino, es su complemento y completitud. Este año si crees que habrá un milagro en tu vida, abre bien los ojos para ver detrás la inequívoca señal de la autoría de Dios. No es misterio, es pura realidad.

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