Escribir mis libros viene siendo una
experiencia mosaica. Me debería llamar Israel. Tengo un pasado milenario de
profetas y un mañana ofrecido de bonanza. Como en el antiguo testamento, soy un
pueblo -me gusta pensar que soy un escogido por Dios- para cumplir misiones
futuras que no siempre se identifican bien por culpa de las tormentas de arena.
Voy dejando atrás una época de servidumbre, pero camino a una tierra prometida.
Estoy atravesando el desierto inmenso, me persigue un faraón invisible y aunque
no de manera apoteósica como se relata en la Biblia, los mares se van abriendo
a mi paso para no tener que cruzarlos a nado.
Ayer una amiga de infancia y antigua vecina
de mi casa grande me contó que desde la última Navidad pidió insistentemente a
sus hijos que le regalaran mis libros hasta que por fin se los han ordenado a
Amazon. Ella anhelaba dedicarse unas semanas a tumbarse en su terraza con sus
perros al lado y devorar mis libros.
Cuando le miré sus ojos expectantes y su
entusiasmo por conocer de mi vida insólita, de mis reflexiones un tanto
retorcidas y de mis anécdotas poco habituales, reconocí algo de temor recorriéndome las venas. Quizás
Rosita, así se llama mi amiga, encontrará entre las páginas de mis libros, a un
Vicho irreconocible. Y es que a pesar de toda mi tendencia a la calatería, aún
tengo pudor a que me vean tan desnudo y vulnerable. Ese striptease emocional
ante los que me han conocido de toda una vida, ante los que aún creen que mi boca,
alma y cuerpo son inmaculados y cándidos, sigue siendo un trance inquietante y
engorroso para mí.
Pero ya está hecho. He decidido salir de
Egipto tenga las consecuencias que tenga. Aunque tenga que comer alimañas del
desierto, aunque la arena se meta debajo de mis ropas y me escalde el escroto,
aunque el sol me achicharre los hombros y el arrojo de hombrecito errante.
"Las Hojas de Vicho" rescatará mi vida de la tiranía del silencio
ancestral y de mis propios demonios sedientos del desierto.
Y de cuando en cuando, en pleno éxodo, con
los pies cansados de tanto caminar desorientado, miro al cielo incendiado para
esperar lo inesperado, la milagrosa caída del Maná bendito. Dios sabrá cuándo y
cuánto.