Palabras naranjas





(Introducción a las hojas anaranjadas de vicho)






Durante mi juventud temprana, sospechaba que algún día escribiría un libro sobre la Amistad. Sabía que después de toda esa efusión de buenos y muy diversos amigos que iban llegando a mi vida, podría sacar conclusiones elementales que me servirían como reglas eternas para mí y para los demás.

Sin considerarme un privilegiado ni un experto, tengo muchísimas cosas por relatar. Y es que la Amistad me salvó en momentos en que no encontraba equilibrio para mi espíritu inquieto ni sentido a mi incierta vida. Los amigos llegaron para condimentar mis días insípidos y para recordarme tangiblemente que no había venido a este mundo para estar solo e incomunicado. El día en que pude ensamblar mi voz a otras voces en canciones que siempre había entonado en mi dormitorio a solas y a puerta cerrada, el momento en que pude conversar francamente sobre lo que bullía en mi poco reconocible corazón, cuando explayé todos los excesos y limitaciones de mi personalidad, ese día, descubrí que no vivía en un planeta inhóspito. Había otros ciudadanos del mismo cielo multicolor que hasta entonces no había conocido.

Dos fueron los instrumentos que utilicé para acercarme a los otros. Dos fueron las herramientas para enlazarme y hermanarme. Uno, las palabras. Dos, los afectos desenfadadamente expresados.

Con los amigos hablé. Las palabras circularon cómodamente como carruajes en medio de desiertos y campiñas. Escuché con intimidad, delicadeza y respeto lo que mis novedosos amigos no se atrevían a contar a nadie. Pregunté. Me dejé explorar. Palpé con la voz, mil y una texturas. Todo fue transcurriendo como al perforar pozos de agua cristalina que habían estado obstruidos por los años y las formas sociales. Dialogar sin cansancio y sin tiempo es la manera más eficaz de ser y hacer amigos. Comunicar con palabras inventadas. Abandonar el eco solitario y estéril es repoblar nuestra tierra con habitantes que acompañan y ayudan a avanzar en todos los terrenos.

Con los amigos amé. Y expresé mi amor, ese que no se reconoce cuando se vive encerrado en el ego y las cuatro paredes. El lenguaje es infinito para dar la bienvenida al amigo que llega por casualidad o misteriosa causalidad. A veces conocer a alguien que me miraba con amabilidad y que sintonizaba con mi presencia, producía una suerte de vehemente arrobamiento. Ese instante cuando se identifica al nuevo amigo es más excelso que el mismo enamoramiento. Es como la caída de un meteorito desde el espacio abierto que transporta un elemento químico desconocido que produce energías insospechadas.


En esta época en que agregamos amigos a nuestros directorios como figuritas a un álbum coleccionable, es preciso repasar su sentido más genuino y calcular sin cifras cuánto valor le damos a la misión de ser amigo para nuestros amigos. Es oportuno revisar nuestra configuración personal y evaluarnos como si fuera el último minuto de nuestra existencia: cuán amigo he sido y a quiénes me los he de llevar algún día encapsulados en el corazón hacia la eternidad. 

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