El Kintsukoroi en nuestras vidas


Recuerdo claramente el salón de recibo en la casa de mi amiga Grace. Se trataba de una casona de comienzos del siglo veinte. Su abuelo, un antiguo terrateniente la había construido especialmente para su refinada esposa. Eran épocas de grandes fortunas y suntuosidad. La decoró con un gusto exquisito. Tenía espejos barrocos gigantescos que cubrían grandes porciones de las paredes, óleos con escenas de la vida campestre francesa, lámparas de cristal, muebles marqueteados al estilo Luis XV, estantería chippendale…

Pero en aquel salón, se respiraba no sólo nostalgia, sino también, deterioro y decadencia. Las épocas de grandiosidad y brillo eran parte del pasado y algo ahí llamaba mi atención especialmente. En una pared central se ubicaba una amplia vitrina que exponía una extraordinaria colección de adornos de porcelana. Pequeñas figuras, cajitas esmaltadas de todos los colores, vasijas floreadas. Todo de una belleza  inusual para mis ojos. Lo triste es que casi todas estaban rotas y deterioradas. Hombres diminutos sin pies. Tazones sin asas. Platillos despostillados. Floreros caídos. Rosas sin pétalos. La vida había traído al salón y a la familia, sus fatídicas consecuencias, quebrando, desgastando, dañando su belleza.  

¿Qué hacer con esas piezas del pasado que van deteriorándose lentamente? ¿Cómo conservar nuestras herencias y recuerdos? ¿Cómo lograr que la belleza natural y artificial mantenga su esplendor a pesar del paso de los años? ¿Cómo restauramos antiguos primores? ¿Cómo le devolvemos valor a lo que la vida y sus circunstancias se empeñan en destrozar?



Una buena técnica, o más bien, una buena filosofía, la tomé de la tradición japonesa. Se llama kintsukoroi. Esta, se encarga concretamente de reparar cerámica. Mientras que en occidente, una pieza que se rompe, se considera fea o pierde inevitablemente su valor, en el Japón, usando laca de polvo de oro o plata se parchan las fisuras con el metal. Así, para ellos se devuelve al objeto una nueva apreciación. Es como si se le entregara una nueva vida. A pesar de su fragilidad, de los golpes del tiempo y los accidentes, una vasija rota, por ejemplo, se recupera y se hace más bella.

Esos traumas que nos partieron la vida en dos. Esos acontecimientos que nos dejaron hechos trizas. Esos desamores, rencores, heridas, horrores, pérdidas, fracturas, traiciones, transgresiones. Esas roturas del alma y de la memoria, pueden repararse con oro.

Nuestro arte del presente será pues convertirnos en nuevos objetos, más lindos, más apreciados, más amados.



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