¿Qué es lo que de verdad tengo que aprender?


Hago un recuento veloz de mi vida y las dos terceras partes de ella, puedo decirlo, con un poco de vergüenza, me la voy pasando en estudiar. Infinidad de teorías y explicaciones. Definiciones y mil conceptos entendidos. Pero al final de cuentas, debo reconocerlo, sigo cometiendo los mismos errores. Si no es corregir deslices antiguos, no sé entonces, qué es aprender.

Por tanto, ¿Qué es lo que debo aprender inaplazablemente?

A no preocuparme tanto en lo que no tengo, a borrar de la memoria lo que no resultó, a callar sentimientos que a nadie interesan, a ahorrar, a no analizar las cosas con tanta escrupulosidad, a no medir obsesionadamente las consecuencias, a no compararme con nadie, a no temer el fracaso, a gozar de las ilusiones aunque sean pasajeras, a no ver el lado dramático de las comedias, a mirar a los extraños prodigándoles amor sin averiguar si tienen el derecho a recibir mi amor o no, a caminar aunque me duelan los pies y a escoger bien el calzado, a abrigarme con mis propios brazos, a despertar cuando tenga que despertar, a ser atrevido y dejarme mojar por la lluvia, a no mentir diciendo la verdad, a envejecer, a comer pescado, a mirar de costado al sol sin que me deje ciego, disfrutar de los helados mientras ellos se van derritiendo, a perdonarme como a otros perdono, a circular las calles con ritmos diferentes, a distinguir las tonalidades del color gris, a contar las estrellas en las noches cerradas, a caminar descalzo por la casa, a enjabonarme la espalda, a amanecer solo en mi cama, a besar sin deseo, a no apretar las manos de los que me saludan, a no temer al temor, a nadar para no morir…


Nasrhudin a veces llevaba a la gente a pasear en su bote. Un día un pedagogo lo contrató para que le transbordara al otro lado de un ancho río. Tan pronto como empezaron a navegar, el erudito preguntó si la travesía sería inquietante.
“De eso, pregúnteme nada” contestó Nashrudin.
“¿Qué, nunca has estudiado gramática?”“No” , respondió él.
“Has perdido entonces la mitad de tu vida”Nashrudin no contestó.
Pronto se desató una terrible tormenta. El endeble barquichuelo de Nashrudin empezó a hacer agua. Éste se inclinó hacia su compañero de travesía y le preguntó:
“¿Ha aprendido usted a nadar?”“¡No!” contestó el erudito.
“En tal caso, maestro, ha perdido usted toda su vida, porque nos estamos hundiendo”.



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