Fuego en el amor
El era herrero y ella su
amargada vecina que renegaba del calor intolerante que despedía el fogón donde
él fraguaba sus metales. A pesar de ello, se pasó veinte años sin decirle que
la amaba sin razón alguna. Un verano él decidió viajar a tierras sin nombre,
escaló montañas que misteriosamente conducían al mismo infierno, habló mil
lenguas nuevas, saboreó a solas sus locuras y sigilos. Bailó en campos abiertos
por las noches y durmió mirando las estrellas. Soñó que la odiaba para que su
amor no le doliera.
Nunca se atrevió a escribirle
para declararle su amor. Las palabras no existieron. Incendió ciudades y
planetas, conservó fuegos colosales por dentro; pero un día, cansado ya de las
fiebres en su piel y de la soledad, se quedó dormido para siempre. Se llevó consigo
sus ilusiones, su amor y sus cenizas.
Mientras tanto ella, una
mañana despertó ciega y feliz, con las manos tibias, el corazón estallando y el
vientre desnudo. Desde ese día, sin saber cómo, ella volvió a creer en la
pasión.
El amor como el fuego, no
se extingue solamente si se transmite.