La vida no es bella. Tampoco es fea.
A veces tengo opiniones
que prefiero callar porque son inusuales, opuestas a las de la mayoría. Son
momentos en los que me percibo raro y heterogéneo y no tengo muchas ganas de ir
confrontándome con el resto. Callo mis argumentos y mis propias apreciaciones
sobre esos fenómenos en donde parece haber unanimidad y uniformidad de
criterios.
Me pasa con la película “La
vida es bella” escrita, dirigida y protagonizada por Roberto Benigni quien interpreta
a Guido Orefice, un judío italiano dueño de una librería, que debe emplear su
fértil imaginación para proteger a su pequeño hijo de los horrores de un campo
de concentración nazi.
A todos los que pregunto sobre el mensaje de fondo les parece simplemente esperanzadora, luminosa y positiva.
Claro que es conmovedor ver el amor paternal que hace hasta lo imposible por
esconder los horrores de la guerra y la crueldad del hombre. Pero a mí, recuerdo
que desde que salí de la sala de cine, esa película me dejó un mal sabor en la boca, un sentido de
irrealidad en la mente y una falta de visión completa de la existencia humana.
La vida no es bella. Es
agotador persistir en ver siempre el lado positivo de las circunstancias que
nos toca vivir. Y no lo digo de manera pesimista. Es cruel pedir reír a alguien cuando hay motivos para llorar y es aún más cruel, pedirle llorar cuando hay motivos para reír. Quizás a un niño se le puede falsear
la realidad, colorear el sufrimiento y llenar de fantasía el alma. Pero es
mejor que eso no suceda con los adultos.
Me explico. Es mejor que
los adultos veamos la vida de manera neutral. Que no sea ni bella ni
horripilante. Simplemente que sea como es. En todo caso, que sea bella y
horripilante a la vez. Opino que ganamos más mirando el paisaje completo:
maravillarnos con todo eso que nos hace bien y que nos trae luces y gozo; pero
a la vez, completarlo con sus claroscuros. Es drama y comedia. Es mejor para
mí, aceptar y reconocer que existe la maldad, para que seguidamente, brille con
más autoridad y perfección la bondad.
Todo lo que se llama
desgracia o tribulación, lo será dependiendo de cómo reacciono ante ella. Un
mismo evento para dos personas distintas puede producir reacciones opuestas en cada una. Por ejemplo lo veo a menudo en rompimientos sentimentales ¿Es una separación
una tragedia? Uno de los implicados podría
festejar con bombos y platillos, mientras el otro podría entrar en un duelo perpetuo. Por
tanto, esa separación por sí sola no es una tragedia. Esa separación sería neutra.
Sin duda, concebir la
vida y su devenir como neutra puede ubicarme justa y realistamente ante los
acontecimientos y saber que todo depende de cómo yo enfrento lo que me pasa.
Cuando veo que hay tonalidades y ambigüedades, es más posible y cercano que me traslade a
la otra versión de la realidad. Cuando advierto que los otros ven algo que yo
no veo, entonces me entero que no soy el dueño exclusivo de la realidad.
La vida no es bella. Tampoco
es horripilante. La vida es la vida.